Los nuevos racismos encubiertos

El mundo académico, tras la Segunda Guerra Mundial, evitó usar todo tipo de argumentos que pudieran sonar a nazismo. Sin embargo, de forma paulatina y sutil, en los años 70 volvían a retomarse aquellas ideas que habían triunfado en el primer tercio del siglo XX. Un hito de este despertar lo encontramos en la obra de Edward O. Wilson, Sociobiology; The New Synthesis, publicada en 1975. Para Wilson: “el único imperativo ético concebible es la supervivencia del patrimonio genético de la humanidad”. De aquí a la recuperación de las tesis genocidas y eugenésicas sólo había un paso. Obras posteriores de Wilson intentan demostrar que nuestros comportamientos están determinados genéticamente y que apenas difiere el comportamiento humano del de los insectos. En los años 80 la sociobiología causaba furor en el mundo académico y a ella se han sumado personajes como William Shockley -Premio Nobel de Física- que propone la esterilización de personas de bajo coeficiente intelectual; o el también Premio Nobel Francis Crick que solicitaba realizar pruebas genéticas a los recién nacidos antes de conferirles el estatus de “hombre”. A Wilson le han salido discípulos como Richard Dawkins y su obra El gen egoísta en la que se reinterpreta el hombre como un ser subordinado a la supervivencia genética. Sin darnos cuenta, el mundo científico e intelectual ha ido asumiendo todos aquellos principios y presupuestos que cuando en su día fueron aplicados por el nazismo nos horrorizaron. Pero ahora -encubiertos bajo apariencia de ciencia y democracia- estamos dispuestos a aceptarlos sin el menor reparo intelectual.

Javier Barraycoa