de Sir Lawrence Alma-Tadema
Las rosas de Heliogábalo es una de las grandes obras maestras de Sir Lawrence Alma-Tadema, uno de los pintores más interesantes del academicismo decimonónico, brillante ilustrador de la Antigüedad clásica, quien hizo gran hincapié en la ilustración de arquitecturas pretéritas, capturando en toda su fuerza el color del mármol, razón que sin duda determinó la concesión de la Medalla de Oro del RIBA a su obra, el más insigne de los premios de arquitectura de la época.
La obra del holandés exiliado en Inglaterra Lawrence Alma-Tadema (1836-1912) no podrá escapar en los estudios del arte decimonónico de la no siempre grata condición de “ilustrador pomposo de los pasados fastos del mundo clásico”, un ideal al que también se sumaron por entonces otros tantos pintores, algunos de ellos tan considerables como Jean-Léon Gérôme. Pero esto no es sino un lugar común, porque la pintura de Alma-Tadema, ciertamente subestimada durante décadas, ofrece una concepción del Arte tan digna si se quiere como la de su coetáneo, y compatriota, Van Gogh.
Un análisis superficial de la estética de nuestro autor lo alinearía entre los neoclásicos victorianos, por lo que la “pompa y circunstancia” parecerá estar sin duda garantizada; en efecto, a menudo se da el caso. Porque Alma-Tadema nunca se salió del esquema academicista oficial, por mucho que sus obras apunten cierto desplazamiento hacia soluciones escultoricistas. En pocas palabras, el academicismo no invalidó el estilo, prendado de sí mismo, en un estilo acaso de “no de primer orden” (que diría un purista), pero sí reconocible al contemplar las mejores de sus telas, que por momentos se dirían en sus más notables ejemplos un friso polícromo de poderosas refulgencias.
Lo que más nos atrae de su prolífico oficio es la prodigiosa manera de trabajar la luz. Una manera artificiosa, sí, pero no obvia y facilona como la de un Cot o un Cormon. No es fácil describir una pintura, y máxime cuando la explicación de la fruición estética puede perderse en la simpleza de un discurso trivial, adocenado. La claridad, el arrebatado instinto dionisíaco que brilla por sus espacios minuciosamente plasmados, nos devuelve a una concepción barroca de la pintura.
Sus primeras entregas no ofrecen especial interés en cuanto no son sino un recalentamiento del academicismo referido; Alma-Tadema todavía no es él mismo.
Pero en su fase de madurez el estilo ya es reconocible, harto reconocible. Se ha apuntado con demasiada insistencia el característico tratamiento del mármol: a los ojos de los técnicos, ésta es su mayor aportación. Pero afirmar esto sería cargar contra todo lo demás: “el pintor marmolilloso” era algo más que un decorador consecuente: su exploración del color no tiene parangón con la de ningún neoclasicista de su tiempo: la amplia gradación sumerge la atmósfera evocada en una irrealidad, cuando menos, sobrecogedora.
Las rosas de Heliogábalo, el cuadro que aquí traemos, ejemplifica como ningún otro cuanto aquí decimos. Es sin duda una de las telas más sugestivas y luminosas del último cuarto del siglo XIX, basada en una de esas anécdotas imperiales recogidas en la Historia Augusta: se cuenta que, en una de sus fiestas, el Emperador Heliogábalo ordenó arrojar por sorpresa un tan ingente manto de pétalos de rosas sobre sus invitados que algunos de éstos murieron asfixiados. La verdad que la transposición al lienzo que del tremendo tema hace Alma-Tadema no puede ser más sensual y acariciadora, en las antípodas de la tragedia…
No trataremos aquí el pensamiento estético de Alma-Tadema, porque consideramos que dicho pensamiento era de poco fuste, irrelevante para comprender el porqué de su arte esteticista y poco contemplativo. El hombre era un vividor, un declarado amante del vino, y esa sensación queda perfectamente reflejada en sus obras.
La vida le sonreía. Entendemos muy bien la tragedia vital de un genio como Van Gogh porque entendemos todavía mejor los oropeles sobre los que se asentaba el oficioso pincel del trabajador incansable Alma-Tadema. El revolucionario arte del primero no podía hacer nada al lado de la contundencia burguesa del segundo. En la vida como en el arte, siempre agrada más la medianía de las buenas maneras, por muy voluptuosas que éstas se manifiesten. Y en eso Alma-Tadema era un maestro prominente.
José Antonio Bielsa Arbiol