Con el traslado a su cripta de los restos mortales de los generales Mola y Sanjurjo, el Monumento de los Caídos de Pamplona fue inaugurado oficialmente el 17 de julio de 1961. Para entonces, desde 1959, ya acogía en sus muros, de manera provisional y mientras se construía, anexo a él, su templo parroquial definitivo, a la Parroquia de Cristo Rey, que allí permaneció hasta que el 25 de octubre de 1964, festividad de Cristo Rey en esa época, se trasladó a este. Durante esos años, al monumento la vida se la dio la Parroquia y, cuando esta desapareció de él, se quedó vacío y sus puertas se cerraron. Por eso, tan solo dos meses más tarde, en diciembre de 1964, la incipiente ETA ya intentó volarlo y, en septiembre de 1965, cuatro años después de su inauguración y pasados once meses desde la salida de la Parroquia, ya se decía que «un monumento cerrado da sensación de indiferencia y abandono» y que «el monumento tiene un desgaste constante». Por eso, entre el gobernador civil de Navarra y la Diputación Foral, se trató de buscar la manera de darle alguna utilidad.
La Corporación foral, presidida por Félix Huarte, debatió el tema y vio la conveniencia de modificarlo «para que todos los navarros encontrasen en él un símbolo de paz y un estímulo para la elevación de pensamientos y oraciones cristianas en recuerdo y sufragio de los que, en cualquier campo y tiempo, dieron su vida por la Patria». Y al hilo de ese debate, el diputado foral Miguel Javier Urmeneta escribe: «Yo tenía la preocupación del Monumento a los muertos de la Cruzada. Hice un proyecto de acuerdo interno ampliando el recuerdo a todos los muertos por Navarra llevando las placas al Camposanto… En fin, preparando un futuro sin revancha, que lo presenté al resto de mis compañeros». En ese proyecto se decía que «un recinto consagrado no podía solo albergar el recuerdo de los vencedores, cuando los vencidos también eran hermanos de nación y hermanos en Cristo»; además, en él se trazaba un esquema de solución que no pasaba por «la simple incorporación de los nombres o restos de muertos en el campo adverso» sino «por darle la significación de un recuerdo cristiano a todos los navarros que a lo largo de la Historia dieron su vida por causas ideológicas, fueran guerras internas de Navarra, guerras nacionales y empresas o cruzadas exteriores» y a partir de esta hipótesis se planteaban seis reformas a introducir en el Monumento:
1ª. Sobre la dedicación de la Iglesia-Monumento, señalaba que quizá bastaría con decir: «Navarra a sus muertos en las Cruzadas» en vez de «Navarra a sus muertos en la Cruzada».
2ª. Las placas exteriores, con la concesión de la Laureada a Navarra, deberían pasar a un edificio civil.
3ª. Las listas de [los 4.653] muertos en la guerra debían pasar al Cementerio de Pamplona, incorporando los nombres de los muertos en el otro bando y realizando con ello un sencillo monumento mural presidido por la Cruz.
4ª. Sobre las inscripciones interiores, debería atenderse a la norma que diese al respecto la Archidiócesis.
5ª. Las pinturas de la cúpula podían persistir en la nueva dignificación del monumento con alguna reforma.
6ª. Sobre los enterramientos en la cripta [fueron exhumados en 2016], decía que era el punto más delicado y que repugnaba toda remoción, pero que, en cambio, deberían incorporarse restos de muertos en el otro campo.
Y junto a estas seis reformas, ese proyecto, y como «la más profunda novedad simbólica», planteaba «situar en el centro de la Iglesia, cubriendo la cripta actual, los restos del Rey Sancho el Mayor, en cierto modo el primer Rey de España». Y, decía: «la presencia de estas reliquias dominaría de tal forma la estructura espiritual de la Iglesia que quizá todo recuerdo de rencor o desconfianza quedaría oscurecido».
Urmeneta cuenta que: «Cuando menos lo esperaba [Amadeo Marco] entró bruscamente en mi despacho y me lanzó la propuesta encima de la mesa. Durante un segundo me quedé en acecho. ‘Ya está firmado por todos los diputados, ¡llévalo al presidente!’» Y así, con fecha 1 de noviembre de 1965, y la firma de Julio Asiain, Ángel Bañón, José Heras, Amadeo Marco, Ambrosio Velasco y el propio Urmeneta, fue elevada a Félix Huarte, quien, a su vez, la trasladó al gobernador civil, Jesús López Cancio. Urmeneta añade: «¿Cómo se olvidó aquel proyecto de reconversión? Algún teléfono rojo… Pero Amadeo no lo tenía». ¿Sería el gobernador?
Por no haberse realizado la reconversión entonces, sesenta años después, con toda la desidia y abandono acumulados en estas décadas, y con todo el odio removido en los últimos años, hemos llegado a la situación actual. Por eso, ahora, cuando estamos en ese futuro de entonces, que Urmeneta soñaba «sin revancha», es momento de analizar lo que esa Diputación Foral, integrada por los que hicieron la guerra en el bando vencedor, estaba dispuesta a reformar en aras a la reconciliación, y adaptándolo a la realidad actual, tratar de llevarla a cabo. Lo último sería demoler el monumento porque, como es bien sabido, en la vida es más fácil destruir que construir, pero los que pasan a la Historia no son los talibanes, sino los que hacen obras de provecho y los que dan sentido a las que no lo tienen.
José Ignacio Palacios Zuasti
Fue Consejero del Gobierno de Navarra y postriormente Senador por Navarra
Publicado en El Debate