Una sobredosis de narcisismo
Psicopatología del nacionalismo (I)
Francisco Canals, el que fuera catedrático de Metafísica de la Universidad de Barcelona, en un artículo titulado La Cataluña que pelea contra Europa, sentenciaba que: “nadie dudaría en el plano de una psicología y ética, que (…) es fácilmente perceptible el riesgo de que una vida centrada como en su ideal y fin en la realización de lo que es propio e individual del `yo´, conduce fácilmente a una situación enfermiza de narcisismo obsesivo (…) Este `solipsismo´ proclamado, que se realiza muchas veces también en el ámbito de la vanidad colectiva de las familias, tiene su analogía -teorizada por doctrinas sobre la superior `substancialidad´ del `espíritu del pueblo´- en las actitudes y sentimientos que trata de imponer a un pueblo la política cultural nacionalista. El nacionalismo corre así el riesgo de convertirse en una enfermedad mental colectiva”. Con estas reflexiones, Francisco Canals nos adentra en el carácter narcisista del nacionalismo.
El narcisismo como paradigma psicológico del nacionalismo
En el mismo artículo, Canals sostiene que: “El nacionalismo es al amor patrio, lo que es egocentrismo desordenado en lo afectivo a aquel recto amor de sí mismo”. Siendo el amor a sí mismo legítimo, no debe confundirse con el egoísmo o amor desordenado a sí mismo. Como señala Erich Fromm en su El miedo a la libertad: “El egoísmo (selfishness) no es idéntico al amor a sí mismo, sino a su opuesto. El egoísmo es una forma de codicia. Como toda codicia, es insaciable y, por consiguiente, nunca puede alcanzar una satisfacción real. Es un pozo sin fondo que agota al individuo en un esfuerzo interminable para satisfacer la necesidad sin alcanzar nunca la satisfacción. La observación atenta descubre que, si bien el egoísta nunca deja de estar angustiosamente preocupado de sí mismo, se halla siempre insatisfecho, inquieto, torturado por el miedo de no tener bastante, de perder algo, de ser despojado de alguna cosa. Se consume de envidia por todos aquellos que logran algo más. Y si observamos aún más de cerca este proceso, especialmente su dinámica inconsciente, hallaremos que el egoísta, en esencia, no se quiere a sí mismo sino que se tiene una profunda aversión”.
No nos puede quedar duda alguna de que el perfil descrito del egoísta se acopla fácilmente al del nacionalista, sea considerado en su comportamiento individual como colectivo. En la última frase de Fromm, descubrimos un matiz más que importante: “no se quiere a sí mismo sino que se tiene una profunda aversión”. Una forma de expresar la aversión a uno mismo es desdibujar la imagen de uno mismo o, con otras palabras, falsear su propia identidad. Como señala Canals en el trabajo apuntado: “El nacionalismo, amor desordenado y soberbio de la `nación´, (…) se apoya con frecuencia en una proyección ficticia de su vida y de su historia”. De ahí que el nacionalismo se caracterice, por definición, en un falsificador de la historia. No en vano, el nacionalismo tal y como lo conocemos, tiene su origen en el romanticismo decimonónico que se caracterizó por modelar un pasado medieval a su medida. No en vano, el historiador Adler Chandler decía que los mitos románticos de la Edad Media permitían imaginar un mundo que recuperaba el sentido de pertenencia social y política.
El nacionalismo no puede ser un sincero amor a lo propio, pues lo propio ha sido falsificado. El amor -como en el narcisista- se proyecta hacia la falsificación creada y no sobre la realidad sobre la que se acaba renegando. En mayo de 2002, Jordi Pujol participaba en las jornadas del Patronat Català Pro Europa, en el castillo de Perelada, y pedía volver a la “co-soberanía” que según el regía Cataluña antes de 1714. Pero claro, evidentemente, no querría la Cataluña de antes de 1714 donde los presidentes de la Generalitat eran habitualmente obispos, o donde era parte de la organización social catalana la santa Inquisición, o donde era inimaginable otro derecho matrimonial que no fuera el canónico. Las menciones del nacionalismo a la historia son siempre selectivas, imaginadas y huidizas para con respecto a la realidad que fue. Pues el propio nacionalismo necesita sentirse moderno y despotricar, paradójicamente, de lo que ellos consideran las opresiones del pasado: el patriarcado, la Iglesia, la nobleza, la monarquía, ….
Erich Fromm, insiste: “El egoísmo se halla arraigado justamente en esa aversión hacia sí mismo. El individuo que se desprecia, que no está satisfecho de sí, se halla en una angustia constante con respecto a su propio yo. No posee aquella seguridad interior que puede darse tan sólo sobre la base del cariño genuino y de la autoafirmación. Debe preocuparse de sí mismo, debe ser codicioso y quererlo todo para sí, puesto que, fundamentalmente, carece de seguridad y de la capacidad de alcanzar la satisfacción. Lo mismo ocurre con el llamado narcisista, que no se preocupa tanto por obtener cosas para sí, como de admirarse a sí mismo. Mientras en la superficie parece que tales personas se quieren mucho, en realidad se tienen aversión, y su narcisismo —como el egoísmo— constituye la sobrecompensación de la carencia básica de amor hacia sí mismos”.
La aversión hacia sí mismo tiene su máxima expresión en el suicidio. Y aquí no podemos menos que referirnos al suicidio del famoso independentista Lluis Maria Xirinachs, allá por el año 2007. Este exescolapio, de familia franquista, e histórico resistente independentista, dejó antes de suicidarse una nota titulada “Acto de Sobiranía”. En ella manifestaba su desprecio a sí mismo por no haberse sabido liberar de la “opresión” de España. Se consideraba un esclavo y denunciaba la traición de los líderes catalanes a su pueblo por asumir la condición de esclavos de los estados español, francés e italiano. Tomaba su suicidio como un acto de “liberación”, con el cuál haría a Cataluña un poco más libre. Este delirio lo expresaba así en su nota: “He vivido esclavo 75 años en unos Països Catalans ocupados por España, por Francia (y por Italia) desde hace siglos. He vivido luchando contra esa esclavitud todos los años de mi vida. (…) Amigos, aceptadme este final absolutamente victorioso de mi contienda, para contrapesar la cobardía de nuestros líderes, masificadores del pueblo. Hoy mi nación deviene soberana absoluta en mí. Ellos han perdido un esclavo. ¡Ella es un poco más libre, porque yo estoy con vosotros, amigos!”. Nuevamente asoma la desrealización o pérdida del sentido de la realidad.
El trágico final de Xirinachs, daría la razón al historiador estadounidense Louis Snyder, cuando en su obra The Meaning of Nationalism (1954), afirmaba que el nacionalismo: “debe ser considerado ante todo un estado mental, un acto de conciencia, un hecho psicológico”. Tampoco podemos obviar la reflexión de Theodore Milton, expresada en su obra Trastornos de personalidad en la vida moderna (2006). En ella define a los narcisistas como gente “de autoimagen inflada, utilizan los otros para engrandecerse a sí mismo y complacer sus deseos, sin asumir responsabilidades recíprocas. Abandonados a fantasías inmaduras, interpretan muy libremente los hechos para retroalimentar sus fantasías narcisistas”. Es obvio que “fantasías narcisistas” y “fantasías nacionalistas”, se tornan sinónimos. Respecto a esa “autoimagen inflada” que señala Milton, los ejemplos son interminables. El que fuera presidente de la Generalitat, Quim Torra, nos ha dejado artículos periodísticos sublimes que iremos citando más adelante. Pero para ilustrar la “Autoimagen inflada”, recogemos la autoimagen de los nacionalistas de pedigrí como él, expresado en un artículo titulado “Gabancho, Sostres i Joel Joan: l’orgull de ser català”, publicado el 19 de diciembre de 2012 en el diario El Món donde dice: “aquí [en Cataluña] hay gente que ha dicho basta y, cada uno a su manera, combate por unas ideas y un país. Gente que ya se ha olvidado de mirar al sur y vuelve a mirar al norte, donde la gente es limpia, noble, libre y culta. Y feliz”.
Más arriba, decía Fromm que este egotismo narcisista lleva al miedo, el terror de perder algo o de ser despojado de alguna cosa. Nuevamente Quim Torra nos ilustra con sus miedos, principalmente el de que se pierda el catalán en Cataluña por culpa del castellano. Con lenguaje apocalíptico escribía el 23 de noviembre de 2009, en el diario El Matí, un artículo titulado Quin Deteriorament! (¡Qué deterioro!). En él se lee: “Sales a la calle y nada indica que lo sea la calle de tus padres y de tus abuelos; el castellano avanza, implacable, voraz, rapidísimo; abres los periódicos o miras la televisión y te hablan de cosas que no tienen nada que ver contigo y con tu mundo; el talento es perseguido y expulsado de todas partes; los que más batallan por una determinada idea de tu país condenados al silencio; los simples y los vulgares, campan a sus anchas. Y el miedo, el maldito miedo, encomendándose con más rapidez que la gripe A. ¡Cuánto, cuánto miedo hay en este país nuestro! Casi parece que lo puedas tocar con la punta de los dedos, blando, viscoso, fétido”. Estamos ante un miedo delirante, por no decir un hilarante miedo del autor.
El DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) describe así las características esenciales del trastorno de la personalidad narcisista: “Estos individuos poseen una actitud de grandeza, junto con una búsqueda de admiración. Para conseguirla, de manera característica, exageran sus propias habilidades y logros. Tienden a mantenerse preocupados por fantasías de belleza, brillantez, amor perfecto, poder o éxitos ilimitados y piensan que son tan inusuales que sólo deben asociarse con gente o instituciones exclusivas. Con frecuencia, arrogantes o altivos, pueden pensar que otros los envidian (no obstante, la verdad puede ser lo contrario). Su falta de empatía hace que su sensación de ser privilegiados justifica la explotación de otros para lograr sus propias metas”. Y si la realidad constata que esa “grandeza” no es tal, la conclusión lógica es que alguien lo ha impedido. Y este alguien debe ser despreciado hasta el aborrecimiento más radical. Vicenç Ballester i Camps (1872–1938) el inventor de la bandera estelada, compuso en 1907 un Himno en el que se leía: “queremos para Cataluña la santa Independencia; que España se humille bajo el peso del pendón barrado. Un odio glorioso arrasa una montaña. Nuestro odio titán contra la vil España es gigantesco y loco, es grande, divino y sublime; hasta odiamos su nombre, el grito y la memoria, sus tradiciones, su estéril historia e incluso a sus propios hijos nosotros maldecimos”.
Es evidente que el narcisista, individual o colectivo, no puede permitir que nadie le haga sombra. De ahí que -para un nacionalista catalán-, y como dice el DSM, “se sienta privilegiado”, respecto a los que le rodean. Quizá el delirio más alocado respecto al privilegio de los catalanes, es el expresado respecto a la tierra que nos acoge, en un discurso de Pere Cormines, el 9 de octubre de 1931, con motivo del parlamento presidencial de los Juegos Florales de Gerona titulado Elogi del paisatge catala (Elogio del paisaje catalán). En él sorprende con una “esencialidad” de lo catalán nunca vista. De tal forma que argumentará que es la tierra, física, la que produce a los catalanes. El sorprendente texto reza así: “Siendo, pues, como un producto secular de nuestro paisaje, ninguna contingencia humana puede impedir a la raza catalana el cumplimiento de su destino. Porque hasta si fuera tan grande nuestra desventura que la gente catalana fuera del todo dominada, esclavizada y totalmente destruida, y no quedara ni una mujer catalana para parir; con la sangre de los vencedores, con esas u otras apariencias, nuestro paisaje volvería a producir con los siglos otra raza tan esencialmente catalana como nuestra”.
El narcisismo se mostrará de muchas formas, incluso en la expresión del deseo de una perfección anatómica, de la que carecen otros pueblos hispanos. Así lo expresaba, con términos que hoy nos parecen incluso graciosos, Jaume-Anton Aiguader i Cortès (1914-1972). En el exilio de la Guerra Civil, este nacionalista catalán escribía Sobre els errors del racisme i de l’antiracisme (Quaderns de l’exili. Enero 1945): “En Cataluña, en estos últimos años, se había observado una mejora racial, expresada por el aumento del promedio de estatura, no tan brillante como el observado en Estados Unidos, pero sí digno de ser tenido en consideración. Los pobladores de los países de lengua catalana ya formaban, desde siempre, un grupo destacado dentro de la península hispánica, al lado de los vascos, a causa de su estatura superior (…) Una fisiología perfecta, una perfección de líneas acompañada de una altura proporcionada a los diversos diámetros del cuerpo y un perfecto desarrollo intelectual, significan un goce para la vida y dan al hombre una confianza en sí mismo y una capacidad combativa que es la mejor defensa contra la destrucción de la nación”. Así, el perfeccionismo narcisista se nos muestra de la forma más insospechada. Y este, indudablemente, nos llevará a examinar los Complejos de Superioridad e inferioridad.
(Continuará)
Javier Barraycoa