Ha causado el lógico escándalo nacional la impúdica negociación entre el gobierno de Pedro Sánchez y Bildu, cuyo trasfondo, según se ha sabido por la filtración de una intervención de Otegui ante los suyos, es el apoyo a los Presupuestos a cambio de la liberación de los presos de ETA.

Otegui ha dejado al gobierno y a su presidente con las vergüenzas al aire, provocando la necesidad de atajar la vía de agua abierta en las alianzas que permiten a Sánchez mantenerse en la Moncloa. El presidente del Gobierno se ha apresurado a garantizar rotundamente que tal trueque no se producirá, y a sus ministros les ha faltado tiempo para asegurar que la negociación presupuestaria se circunscribe estrictamente a los números y la economía. Todo ello ha causado escalofríos en los que conocen la proverbial habilidad del señor Sánchez para hacer lo contrario de lo que proclama.

Otegui, por su parte, ha tratado de disimular el desbarajuste, explicando que a nadie puede extrañar que un objetivo de su formación sea la liberación de los presos que sufren condena, y que esa reivindicación ni es nueva ni pretenden que resulte como un automatismo del voto favorable a los Presupuestos. Pero simultáneamente, como prueba de que los desmentidos del gobierno no les achantarían, el independentismo ha querido hacer una demostración de fuerza llevando a cabo una sonada manifestación en San Sebastián, en la que miles de personas han clamado a favor de los presos de ETA y han tenido la desfachatez de gritar a las víctimas “Vosotros, fascistas, sois los terroristas”. Representantes del PNV y ex -presos catalanes del proces han acompañado la marcha como comparsas, mostrando la unidad de fondo de todos los interesados en debilitar al estado.

Más allá de las evoluciones de los personajes en el guiñol que es la política española en estos tiempos, donde los hechos reales discurren por debajo y separados del teatrillo que se representa para la pública distracción, lo cierto es que la negociación de Bildu de “presos por Presupuestos”, ha puesto de manifiesto la existencia de un plan, tanto del gobierno como de los independentistas, acordado quizás ya hace mucho tiempo.

El plan de Sánchez es sólo mantener el conglomerado que le mantiene en el poder, que es lo único que le importa. El gobierno ofrece a Bildu su blanqueamiento y aceptación en las instituciones democráticas, a cambio de su apoyo parlamentario, sirviendo como rúbrica el acercamiento de los presos a las cárceles del País Vasco primero y una posterior liberación o tercer grado, una vez que la gestión penitenciaria de las mismas ha sido transferida al gobierno de Vitoria.

Naturalmente la operación pactada se haría de manera discreta y por fases -por eso Otegui habla de seis años de apoyo a Sánchez-, y contando siempre con la colaboración del PNV, que actúa como una de esas “sociedades interpuestas” tan habituales en los casos de corrupción económica para ocultar la identidad del verdadero responsable de las operaciones.

La oposición, que se ha dado cuenta de la maniobra, ha denunciado el affaire como un exponente más del maquiavelismo y absoluta falta de escrúpulos del presidente del gobierno.

Es, sin embargo, el plan de Otegui y los suyos el que algunos parecen no entender, despachándose las intenciones del dirigente filoetarra como si su objetivo se limitara a la liberación de los presos, algo menos de doscientos reclusos -los criminales más sanguinarios de la banda terrorista, por cierto- que se encuentran actualmente en cárceles navarras, riojanas, del Norte de Castilla o del País Vasco.

Pero esta manera de analizar las cosas no es más que una muestra más de la miopía de los partidos del centro-derecha. El objetivo de Bildu es y será siempre, será únicamente,  la independencia de su quimérica Euskadi, un territorio que en su fantasmagoría incluye no solo Navarra, sino también el territorio vasco-francés al que dan el nombre de Iparralde. Un plan trazado a largo plazo y en un despliegue en sucesivas fases, que saben que llevará quizás lustros, pero del que no se separan ni un milímetro y al que cualquier otro movimiento queda subordinado.

En este contexto, el objetivo de Bildu de liberación de los presos no es el filantrópico deseo de que los encarcelados vuelvan a su casa a ver las series de televisión, puedan merendar con sus nietos y jugar a las cartas en el bar con sus amigos. No es que puedan dormir en mejores camas, o estirar las piernas paseando por la calle en lugar de por el patio de la prisión. No es que vean la luz del sol y puedan practicar sus aficiones, o hacer turismo por el extranjero o disfrutar de los viajes del Inserso.

El objetivo de Bildu es reincorporar a sus filas, disponer para la lucha por su objetivo -por su único objetivo- a doscientos gudaris, a doscientos símbolos del pueblo vasco en lucha, a doscientos mártires de la opresión del estado español. Pero, sobre todo, a doscientos hombres (y mujeres, se entiende) comprometidos, que probaron ser capaces de asesinar sin escrúpulo moral, de vivir escondidos o como fugitivos, que arrostraron todo tipo de riesgos, que pasaron largos años de cárcel sin arrepentirse, que desoyeron las numerosas oportunidades de rectificar su conducta y rehacer sus vidas…

Doscientos hombres comprometidos, con un grado de compromiso con una causa y un objetivo -por canallescas, viles y repugnantes que nos parezcan sus acciones- al que han demostrado servir a costa de todo, a prueba de cualquier riesgo o sacrificio personal.

Doscientos hombres disponibles para subirse a la tribuna, para comparecer en los medios, para presidir las manifestaciones, para encabezar las listas, para firmar manifiestos, para atraer los focos mediáticos, para ocupar los recintos del poder local, para erigirse en protagonistas de la vida política, para pasar por genuinos representantes del pueblo vasco…

Bildu sabe lo que valen doscientos hombres así comprometidos. Y sabe lo que esos doscientos hombres pueden hacer cuando estén en libertad en las calles de las provincias vascongadas y Navarra al servicio de su único y constante objetivo.

Este objetivo necesita, para maximizar su efecto, haberlos convertido previamente en héroes y mártires, en símbolos y en mitos, como ha ocurrido con los indultados presos catalanes, firmantes de autógrafos y vitoreados y en calles y plazas. Y ello a través de la construcción de un relato que manipula la verdad de los hechos, y del borrado de la memoria colectiva, en la que se induce la amnesia del dolor sufrido.

La exaltación de los presos es una parte tan esencial de la estrategia como lograr su liberación. De ahí los homenajes y los recibimientos en sus pueblos entre fiestas y aclamaciones, que no son simples e inocentes expresiones de júbilo vecinal, sino parte clave del plan de mitificación de sus figuras, necesaria para la potenciación de su labor futura.

Entre los gestos y volteretas de los protagonistas de nuestro guiñol político, tendremos que recordar la perogrullada de que el único objetivo de los independentistas vascos es la independencia. Y que ello se trata de un objetivo indeclinable, por fases y planteado a largo plazo, en el que lo único importante es que cada paso se dé en esa dirección.

En la fase actual del plan independentista, la liberación de los presos es ahora un elemento esencial, como lo es el pleno control de las provincias vascongadas con la expulsión de cualquier atisbo de presencia del estado o de la idea de España. Y junto a ello, como prioridad absoluta, la euskaldunización de Navarra, mediante su sometimiento al nacionalismo y la anulación de su identidad diferenciada.

Sólo después de conseguidos estos objetivos, el nacionalismo planteará un jaque al estado, en el que no puede descartarse un nuevo afloramiento de la violencia terrorista, y el comienzo de la ofensiva sobre el país vasco-francés.

Para todo ello, los presos de ETA constituyen un contingente humano y un recurso político de primer nivel.

Porque, a diferencia de los que creen que son las masas anónimas, los informativos de televisión o los editoriales de prensa los motores de la Historia, los que de verdad trabajan para llevar las aguas a su molino, saben lo que pueden hacer doscientos hombres comprometidos.

Doscientos hombres comprometidos pueden -al servicio del mal o al servicio del bien- cambiar la Historia.

Convendría que pensáramos en ello.

 

Javier Urcelay

Javier Urcelay