Con pobres argumentos disputa la aldea de Pouy, en la región de las Landas francesa, e indudablemente con parcos éxitos, la maternidad de San Vicente de Paúl y Mora. La tradición española ha estado siempre bien comentada, sobre todo después de la publicación de la biografía del santo por Hernández Fajarnés, en 1888. Desde entonces se tiene por común el nacimiento de Vicente de Paúl en la villa oscense de Tamarite de Litera. La casa natal todavía se conserva, así como el escudo armero con los blasones que ornan a la misma. Su nacimiento fue el día 24 de abril del año del Señor de 1576. Más en adelante, y como consecuencia de una feliz iniciativa fue colocada en aquella fachada una lápida, que dice así:
“A mayor gloria de Dios. Constante tradición afirma que en esta casa nació (24 de abril de 1576) el gran apóstol de la Caridad, San Vicente de Paúl y Mora…”.
Otra marmórea lápida, está colocada en el claustro del Seminario Sacerdotal Metropolitano de Zaragoza, nos dice así:
“D.O.M. Recordemos con pía memoria lo que nuestros padres nos transmitieron. Mientras San Vicente de Paúl estudiaba la Sagrada Teología en la Universidad de Zaragoza, vivió como doméstico en este Colegio de la Compañía de Jesús, vuelto de Francia donde con su familia había emigrado desde su pueblo natal, que fue Tamarite de Litera –aquí está la comprobación fidedigna de su origen aragonés-, del Reino de Aragón. El Exmo. y Rvdmo. Cardenal Benavides, Arzobispo de Zaragoza, hizo colocar esta memoria en el año 1889”.
Con Víctor Hugo en su genial obra, fruto de una esquizofrenia paranoica mental, “William Shakespeare”, en su libro cuarto, capítulo primero, recordamos de memoria una expresiva frase que puede perfectamente aplicar su angustioso interrogante a la vida de San Vicente de Paúl; es ésta: “La producción de las almas es el secreto del abismo. ¿Cuál es la fuerza que evoca, incorpora y reduce a la condición humana las supremas inteligencias, es decir, los grandes hombres? ¿Qué don es ese desconocido que tiene el hombre de encender lo desconocido?”.
Vicente de Paúl fue hijo de una humilde, aunque honesta y religiosa, familia. Durante algún tiempo, en su niñez, fue pastor, tomando las Sagradas Órdenes en el año de 1600. Algún tiempo más tarde, residiendo en la localidad francesa de Marsella se hizo a la mar. Dejemos que nos lo relate él mismo en una de sus cartas:
“Me embarqué para Narbona, con el objeto de llegar más pronto y de ahorrar algún dinero, que destinara a los pobres. Soplaba el viento tan favorable, que el mismo día debíamos llegar al puerto, si Dios no hubiese permitido que tres bergantines turcos nos asaltasen con extrema violencia, dando muerte a dos o tres marineros de los nuestros, e hiriendo a casi todos los demás; y, obligándonos a rendirnos, nos cargaron de cadenas, nos curaron groseramente, y enseguida tomaron la derrota (es decir, el rumbo) de Barbería, caverna y madriguera de infieles y de forajidos”.
Allí los cautivos cristianos –que eran más de un centenar-, fueron obligados a desembarcar en Túnez y expuestos en el mercado público, donde el futuro santo fue comprado por un renegado de Niza (Francia), quien, seducido por las grandes virtudes de su esclavo, abjuró de sus errores, llegando con él, después de grandes caminos de viaje y de muchas penalidades, a la ciudad de Aviñón.
Vicente de Paúl fundó la Congregación de las Hermanas de la Caridad, la de Sacerdotes de la Misión, también llamados los Lazaristas, y la obra de los niños expósitos. Por todo ello se le apellidó “El apóstol de la caridad”. Todas estas fundaciones excitaron hacia él, la atención, comprensión, ayuda y benevolencia de todos. Gracias a su magna labor se formaron en muchas parroquias de Francia cofradías hospitalarias, en las que débiles mujeres arrastraban las enfermedades contagiosas y sacrificaban su vida en beneficio de sus pacientes. Al fin, este gran santo aragonés, Vicente de Paúl y Mora, murió el día 27 de septiembre de 1660.
Uno de sus biógrafos nos dice de él que era uno de los tipos más acabados de la moral del Evangelio. Al igual que el Mártir del Monte Calvario, Jesucristo, buscaba la debilidad humana y la desdicha para confortar a los débiles necesitados de ayuda, y dar la mano a los caídos. Su piedad de todo sabía sacar un dolor y un consuelo; su fe inagotable, cual fuente de agua divina, su amor al dolor, que él convertía en alegría… Amaba el vicio para convertirlo en virtud; amaba la culpa para transformarla en esperanza, y todo ello para mayor honra de Dios. Estaba lleno de una fervorosa humildad que hacía de todo una religión.
San Vicente de Paúl y Mora, ilustre santo aragonés, es la historia de la perfección de lo humano por la caridad, y un sublime ejemplo de unción y espíritu cristiano.
Ramiro GRAU MORANCHO
Abogado y escritor