Arte sin artistas

Si no se encuentran artistas suficientes se puede recurrir a cualquiera que pueda garabatear. A un galerista europeo se le ocurrió llevar unos chimpancés a su galería. Cada día los monos, provistos de latas de pintura y lienzos, se dedicaron a «pintar», léase embadurnar, lienzos sin ton ni son. Las «originales obras» fueron expuestas y varios coleccionistas las adquirieron. A más de un cliente no le tembló la mano al extender cheques por valor de 10 y hasta 15 millones de pesetas. Si los monos pueden pintar, cualquiera puede ser artista, o mejor dicho el artista no necesita ser una persona. Así lo debió entender Steven Pippin. A este «artista» le sobraron arrestos para meter una cámara de fotos en una lavadora. Desde el interior del electrodoméstico, la máquina de fotos captó instantáneas del prelavado, lavado y centrifugado. Actualmente, el resultado de tan rocambolesco experimento cuelga a modo de obra artística en la Tate Gallery de Londres.

Durante siglos el artista fue considerado un participante en la obra creadora de Dios. Pero el arte contemporáneo ha provocado corrientes bajo las cuales se pretende eliminar incluso la mano del artista. Como un sueño imposible, algunos quieren emancipar la obra del artista creador. Bajo estos preceptos se inició en Estados Unidos el llamado “arte minimal”. Este movimiento artístico reivindicó, de boca de uno de sus iniciadores, Frank Stella, que: “una pintura es una superficie plana con pintura encima y nada más”. Para él un cuadro era una realidad autónoma sin ninguna referencia a representaciones y figuraciones, conceptos, belleza o realidad. Por tanto el arte no debía comunicar nada. Los pintores minimalistas tendían a pintar cuadros “mínimos”, esto es, compuestos de escasas figuras y tonos cromísticos. Son famosos lienzos como Tundra, de Barnett Newman, que consiste en un cuadro pintado todo de naranja, con leves cambios de tonalidad; o Ultimate paintings, de Ad Reinhardt, consistentes en una serie de pinturas negras, en las que se pueden descubrir unos cambios mínimos de tonos. Muchos minimalistas acabaron realizando cuadros monocromáticos, repetidos hasta la saciedad con escasas variaciones. Marie-Claire Uberquoi ha podido sentenciar: “el minimal fue un refugio para muchos artistas con escasa imaginación, que se limitaron a cubrir la superficie de sus telas con pigmentos de un solo color, porque pensaban que esto era realizar un gesto de modernidad”.  Algo más sofisticado es el cuadro del norteamericano Robert Rauchenberg titulado Dibujo borrado de De Kooning. Rauchenberg pidió a su amigo De Kooning un cuadro ya dibujado. Luego lo tapó con pintura y así obtuvo el cuadro definitivo. Se supone que la dificultad estaría en buscar el título. El afamado Miró  sintetizó en una frase el devenir de la pintura contemporánea: “quiero asesinar la pintura”. Desde que lanzó esta máxima dejó de usar lienzos y pintura.

El minimalismo, en cuanto que filosofía aplicada al arte, pretendía eliminar -a ser posible- la participación del artista en la obra de arte. En el campo de la escultura, este principio se concretó en una estética fría y la utilización de materiales industriales. Normalmente, los escultores minimalistas recurrían a figuras geométricas simples que no representaban nada y se esforzaban por eliminar todo lo superfluo. Prototipo de minimalista, a la par que pionero y radical, fue Donald Judd. Su especialidad fue la construcción de “cajas metálicas”, que alineaba geométricamente, componiendo así la “obra” de arte. Otro minimalista, Richard Serra, se ha hecho famoso construyendo muros de hierro oxidado. El minimalismo ha influido no sólo en el resto de artes plásticas, sino que ha llegado al urbanismo y la arquitectura, haciéndose presente en la vida cotidiana de millones de personas. Hijas del minimalismo son las actuales “plazas duras” que invaden nuestras ciudades. La filosofía de la “plaza dura” consiste en “deshumanizar”, esto es, representar que la mano del hombre no ha intervenido. De ahí su sequedad y austeridad. De paso, los ayuntamientos se ahorran mucho dinero en la construcción y mantenimiento de las plazas. Si bien el minimalismo deseca el espíritu del ciudadano, no en vano también se le llamó “cool art” (arte frío), otras tendencias parecen buscar lo contrario. Algunas corrientes artísticas toman otros derroteros para despertar sentimientos incontrolados en el espectador.

Javier Barraycoa