Otros racismos olvidados

El marxismo no se libró del ambiente de “racismo político” que dominaba la intelectualidad occidental. En la revista dirigida por Marx, Neue Rheinische Zeitung, Engels defendió la eliminación de pueblos como los serbios, los bretones, los vascos y escoceses, en cuanto que vetustos restos de “pueblos moribundos”. Esta idea es repetida por Marx en su obra Revolución y contrarrevolución en Alemania. También, en su primer ensayo titulado Sobre la cuestión judía (1844), Marx (judío, no lo olvidemos) afirma que el judaísmo significa codicia y culto al dinero, por tanto, el triunfo del comunismo “haría imposible al judío”. Tales afirmaciones no eran accidentales sino que van salpicando los escritos de los fundadores del marxismo. Engels, en las notas preparatorias del Anti-Dühring, afirma que la superioridad de la raza blanca es un dato “científico”.

Marx es el típico ejemplo del denominado síndrome del “auto-odio judío”. Este fenómeno surgió en el siglo XIX y se prolongó durante el primer tercio del siglo XX. Muchos judíos europeos, ante la pérdida de sus raíces culturales y religiosas, generaron una aversión hacia lo judío que raya con las posturas más racistas jamás manifestadas. Hay casos verdaderamente paradójicos como el de Arthur Trebitsch. Este periodista alemán abandonó su religión y acabó apoyando al nazismo. Escribió un alegato antijudío que fue utilizado por los nazis austriacos como arma propagandística. De hecho, se llegó a constituir en Alemania una Organización de Judíos Nacional-Alemanes para apoyar al nazismo. Otro caso, dramático donde los haya, fue el del judío Otto Weininger. Se suicidó poco después de publicar su tesis doctoral titulada Sexo y carácter. Esta obra es uno de los alegatos antifeministas y antisemitas más contundentes que se hayan escrito. En 1968, el historiador marxista Isaac Deutscher publicaba El judío no-judaico. En esta obra se reflexiona sobre este curioso fenómeno de judíos antisemitas.

Otras formas de racismo no denunciado lo encontramos en la vida y obra de Margaret Sanger. Esta “mujer rebelde” es muy conocida en ciertos ambientes feministas por ser una de las grandes impulsoras de las políticas de planificación familiar. Fue fundadora de la Planned Parethood, una organización que hoy tiene una importantísima influencia en organismos internacionales. También escribió obras como The Pivot of Civilization y Woman and the New Race. Sanger, norteamericana de origen humilde irlandés, pasó a casarse con un millonario, lo que le permitió manejar una verdadera fortuna. Ello no impidió que se definiera socialista y pasara toda su vida fundando periódicos, dictando conferencias y luchando para que se aplicaran políticas de control de la natalidad con fines “terapéuticos” y eugenésicos.

Una de las revistas que más promocionó, en los años 30, fue la Birth Control Review (Revista del control de natalidad).  Por su intermediación, en la revista llegó a colaborar habitualmente Ernst Rudin, director del programa nazi de experimentos médicos. En esta publicación, editada en Estados Unidos, colaboraron asiduamente articulistas alemanes nazis. En 1931, Sanger fundó la Asociación de Población de América, y nombró director a Henry Pratt Fairchild, uno de los profesores racistas más conocidos de su época. En 1932 diseñó un Plan por la Paz, proponiendo la esterilización obligatoria, la segregación e incluso la concentración en campos especiales de las razas “genéticamente inferiores”. De sus obras y escritos podríamos recoger un elenco de afirmaciones que competirían con los escritos más racistas que podamos imaginar. Por ejemplo: “el acto más piadoso que puede hacer una familia numerosa por uno de sus hijos es matarlo” (1920); “La caridad no hace más que prolongar la miseria de los ineptos” (1922); “ninguna mujer y ningún hombre tendrá derecho a ser madre o padre sin un permiso de procreación” (1934). Todo esto se escribía en un país democrático.

Javier Barraycoa