Las braguetas estallaban en la Francia sesentera. Cuando el 8 de enero de 1968 el ministro gaullista de Juventud y Deporte, François Missoffe, se encontraba inaugurando una piscina universitaria, Daniel Cohn-Bendit, a las puertas de la fama, se encaró con él: «Señor ministro, he leído su Libro blanco sobre la juventud, y en sus trescientas páginas no hay ni una sola palabra sobre los problemas sexuales de los jóvenes. Hablemos de ello». El problema consistía en que los chicos de la universidad de Nanterre tenían prohibido acceder a los dormitorios de las chicas. El ministro respondió: «Con la cara que tienes, no me sorprende que tengas dificultades en ese terreno. Pero está piscina está hecha para ti. Si sientes impulsos demasiado fuertes, zambúllete. Ya verás cómo mejoras».
Tres semanas antes el mismo gobierno derechista había aprobado la ley con la que se legalizó el consumo de anticonceptivos. Su promotor, Lucien Neuwirth, pasaría por ello a la historia como Lulu la Pilule. El siguiente paso se dio en enero de 1975 con la aprobación, por el gobierno igualmente derechista de Giscard D’Estaing, de la ley despenalizadora del aborto promovida por la ministra Simone Veil.
Por aquellos mismos años se había fundado el Front National presidido por Jean-Marie Le Pen. Dos de sus ejes fundamentales fueron, durante medio siglo, la oposición al aborto y a la inmigración extraeuropea, dos caras de la misma subversión demográfica que amenaza la supervivencia de Francia. «Matar a los niños es matar a Francia», rezaba su propaganda.
Con el tiempo, el testigo de la presidencia pasó a su hija Marine, se cambió el nombre del viejo partido y la reelaboración ideológica continúa imparable. Entre otros virajes contundentes, el nuevo Rassemblement National (RN) de la hijísima se ha apuntado al aborto. Ya en 2011 renunció expresamente a derogar la Ley Veil, y con motivo de su reciente consagración como derecho constitucional, Marine explicó su postura con claridad tanto en el fondo como en el lenguaje eufemístico que ahora maneja con soltura: «Votaremos por la constitucionalización de la interrupción voluntaria del embarazo aun cuando nadie pusiera en peligro su aprobación. Esta constitucionalización puede ser la única victoria que Emmanuel Macron podrá incluir en su balance de diez años».
La consagración constitucional del derecho a matar a los propios hijos en la excristiana Francia ha sido triunfal: 493 votos a favor frente a sólo 30 en contra, provenientes estos últimos tanto del RN como de Les Républicains y de independientes. De los diputados a los que, hagan lo que hagan, se los sigue descalificando por ultraderechistas, 46 votaron a favor, 12 en contra y 14 se abstuvieron.
Al otro lado de los Alpes, el partido de Meloni, aparentemente afín, ha recorrido el mismo camino. Desde los orígenes del postfascista MSI presidido por Giorgio Almirante hasta hoy, las cosas han cambiado mucho en lo ideológico. E incluso en lo simbólico: nada menos que la nietísima Rachele Mussolini, concejal romana que presume de mentalidad progresista, ha manifestado que «gracias a Meloni dejaremos atrás el fantasma de mi abuelo; estoy a favor del aborto y el matrimonio gay».
Su presidenta Giorgia Meloni proclamó en un discurso pronunciado en Madrid en octubre de 2021: «¡Sí a la familia natural, no a los lobbies LGTB! ¡Sí a la identidad sexual, no a la ideología de género! ¡Sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte!». Meloni gobierna desde octubre de 2022, pero por el momento todo esto ha quedado en palabras.
Más concretas, claras y contundentes han sido, por cierto, las pronunciadas por Javier Milei al definir el aborto como «un asesinato agravado por el vínculo y la desproporción de fuerzas». Efectivamente, el vínculo, detalle tremendo que no se recuerda jamás: matar al propio hijo para poder irse de vacaciones o evitar la riña de papá por haber echado un polvo a destiempo. Y en una época de moral arrasada por el interés, se agradece que un gobernante recuerde al menos algunos conceptos jurídicos, en este caso el de la alevosía, eso que sucede cuando el culpable comete cualquiera de los delitos contra las personas empleando en la ejecución medios, modos o formas que tiendan a asegurarla, sin el riesgo que para su persona pudiera proceder de la defensa por parte del ofendido.
En este caso cabe emplear el lenguaje sexualmente correcto: de la ofendida. Porque la mayoría de las víctimas de la masacre prenatal son niñas, sobre todo en unos países afroasiáticos en los que tener una hija se considera un contratiempo antieconómico. Varios cientos de millones de niñas han perecido en las últimas décadas a manos de sus padres por el hecho de ser niñas. Pero sobre esto guardan las feministas ensordecedor silencio ya que consideran el aborto un gran avance en la conquista de los derechos de las mujeres. ¡Viva la muerte!
Regresando a Europa, en asuntos de ingeniería social los partidos de Le Pen y Meloni se acercan paulatina e irreversiblemente a las propuestas de la izquierda. Probablemente sea inevitable para no alejarse de la evolución de la sociedad europea, cada vez más izquierdista en sus costumbres dada su avanzada senilidad. La política como subasta: ¿Qué quieren que les ofrezca para que me voten?