El 8 de mayo de 589 se reunieron los obispos sentándose el rey entre ellos, siguiendo el ejemplo del emperador Constantino en el Concilio de Nicea.

Thompson cuenta como, tras el rezo de una oración, Recaredo anunció  su conversión

Un notario leyó a continuación una declaración escrita por el propio rey en la que se declaraba anatema las enseñanzas de Arrio y a continuación reconocía la autoridad de los Concilios de Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia.

Asimismo subrayaba que él había traído al catolicismo a los godos y a los suevos y que ambas “naciones” necesitaban ahora la enseñanza de la verdadera fe por parte de la Iglesia.

El documento iba firmado por el rey y por su esposa la reina Baddo.

Los obispos aplaudieron y aclamaron a Dios y al rey, y uno de ellos se dirigió a los participantes en el concilio –obispos y otros miembros del clero, y la alta nobleza visigoda que también se había convertido- para que condenaran y declararan la herejía arriana en 23 artículos.

Según González Salinero, con la conversión al catolicismo surge una verdadera societas fidelium Christi, es decir, «un cuerpo unitario de súbditos vinculados por una fe común».

Así lo expresó el propio Recaredo cuando dijo que su objetivo era favorecer a la Iglesia de Dios «que al mismo tiempo revistió la diversidad de los hombres y las naciones con la sola túnica de la inmortalidad, manteniéndolos unidos a sí con los lazos de una única religión sagrada».

De esta forma la Iglesia católica y su doctrina se convirtieron en la fuente de legitimación de la monarquía visigoda, fundamentada en la unidad del regnum por la fe y en la fe católica

MM