¿Conocen ustedes la novela Las Autonosuyas, de don Fernando Vizcaíno Casas…?
Pues de no ser así, les recomiendo que la compren y la lean, o la localicen en alguna biblioteca pública, en el supuesto de que esté en ellas, pues las bibliotecas suelen estar escoradas a babor, y no suelen comprar muchos libros de autores “malditos”.
Don Fernando, un ilustre abogado laboralista, con residencia y despacho en Madrid, y gran escritor y novelista, dejó tras de sí una prolífica obra, publicada por editorial Planeta, creo recordar, con la que pienso se hizo millonario…, a pesar de lo mangantes que suelen ser la mayoría de los editores.
Por desgracia, está olvidado y silenciado.
Ya se han encargado de ello los “críticos literarios”, esas personas que son incapaces de escribir nada digno de ser leído, pero que destripan las obras ajenas, con la envidia propia de la incompetencia, sazonada con el zumo de la ideología socialista y comunista.
La realidad es que Las Autonosuyas describe a la perfección estas autonomías de chicha y nabo, a las que ya sólo les falta “inventar” una lengua propia, por lo menos en el caso de Castilla y León, que en Aragón hasta tenemos idioma vernáculo, con el pequeño inconveniente de que no lo habla ya nadie, o casi nadie.
Pero eso, ¿a quién coño le importa?
Se pretendía acercar el centro de toma de decisiones políticas de Madrid a las diversas regiones que conforman nuestra Patria, España, pero lo único que se ha conseguido ha sido pasar la burocracia a las capitales autonómicas, de forma que Valladolid o Zaragoza, por ejemplo, realizan el mismo papel que antes hacia Madrid, duplicando, eso sí, la burocracia y la “burocracia”, que todo hay que decirlo, sin aportar valor añadido alguno.
Hemos copiado el modelo del Estado y no hay autonomía que no “disfrute”, o más bien sufra:
- Un consejo de gobierno, con sus ministros, o ministrines, como dicen en Asturias, todos ellos con sus coches oficiales, chóferes, escoltas, palacios, jefes de gabinete, asesores de prensa, y la Biblia en verso.
- Un montón de directores generales, que muchas veces no tienen nada que dirigir, pero que cobran un dineral, pues se les ubica en el nivel 30 de las administraciones públicas, es decir, el más elevado, y si son empleados públicos, consolidan el complemento de alto cargo para el resto de su vida laboral.
- Unos consejos económicos y sociales, a semejanza del estatal, y con la misma ineficacia, o incluso superior.
- Unos defensores del pueblo, con diversas denominaciones, en el caso de Aragón, por ejemplo, el Justicia de Aragón, que se superponen al Defensor del Pueblo estatal, de dudosa competencia y capacidad resolutiva, dicho sea de paso, entre otras razones por carecer de fuerza ejecutiva alguna. (Pero que sirven para dar de comer a 15 asesores, en el caso de Aragón, todos cobrando lo mismo que un juez en activo, y nombrados a dedo, faltaría más).
- 55 directores generales, más o menos, en Aragón (desconozco los datos de Castilla y León).
- 67 diputados autonómicos o aldeanos, en acertada expresión de don Miguel Bernad Rato, buen amigo y crítico, en su día, con el estado autonómico, para diferenciarlos de los diputados nacionales.
- Alrededor de 300 altos cargos y asesores, nombrados a dedo, sin criterio profesional o de competencia alguna, como no sea la pertenencia a determinados partidos políticos o sindicatos, relaciones familiares, etc.
En definitiva, una estructura burocrática auténticamente aquejada de elefantiasis, que sólo sirve para drenar recursos del sector público, en detrimento de la inversión productiva en carreteras, pantanos (no se construye ni uno), guarderías o residencias de ancianos públicas, etc.
Todo es pan para hoy, y hambre para mañana.
¿De verdad los castellanos leoneses y los aragoneses tenemos algo que celebrar…?
Yo creo que NO.
Ramiro GRAU MORANCHO
Abogado y escritor