Uno de los episodios navales más extraordinarios que la España del S.XVII llevó a cabo, en condiciones extremadamente difíciles, fue la defensa de las Filipinas contra el intento de su conquista por una fuerza abrumadoramente superior que los holandeses habían reunido para tal propósito.
En efecto, desde antes de la seperación de Portugal de la Monarquía Hispánica, los holandeses ya habían atacado y conquistado diversas factorías y puestos avanzados portugueses a lo largo de las costas del Índico que los lusos no pudieron retener, mal defendidos y muy aislados. En este contexto los holandeses llegaron hasta las islas Molucas haciéndose en primer lugar con Amboyna en 1605, fundando Batavia (hoy Yakarta) en la isla de Java en 1619, desde donde comenzaron a ampliar sus posesiones.
En 1646, entre Formosa y las ya Indias Orientales Neerlandesas, los holandeses contaban con una fuerza de unos 150 barcos de todo tipo entre los que se encontraban gran cantidad de urcas y galeones de guerra de gran calidad y muy bien armados.
Suponiendo que la conquista de las Filipinas sería un objetivo tan fácil como los anteriores concentraron una fuerza de 18 galeones de entre 46 y 30 cañones, a parte de otras embarcaciones de apoyo, con los que se lanzarían contra los españoles que solo contaban con dos viejos galeones, el Encarnación de 34 cañones y el Rosario de 30, y algunas unidades menores, así que pensaron que sería un paseo militar. Sin embargo no contaron con la pericia y espíritu combativo de los marinos hispanos, y con la incondicional ayuda que estos recibirían de los nativos filipinos.
La fuerza enemiga se lanzó al ataque, pero en una serie de cinco combates a lo largo de ese año, los dos solitarios galeones españoles consiguieron infligir una derrota tras otra a unos holandeses que no cosecharon más que centenares de bajas, y pérdida de barcos y material.
Al año siguiente, en 1647, los holandeses hicieron un nuevo intento, esta vez con 12 galeones atacando Cavite, defendida únicamente por el castillo de San Felipe y un único galeón, el San Diego, construido en Filipinas y terminado el año anterior. Nuevamente el enemigo bátavo tuvo que retirarse con el rabo entre las piernas y la muerte de su almirante Martin Gertzen, derrotado por las baterías del castillo y el solitario galeón español.
El cuadro representa al Encarnación y al Rosario cañoneando a los buques holandeses. Los comandantes españoles Fajardo y Orella mantuvieron vivo en todo momento el espíritu combativo de españoles y filipinos que lucharon codo con codo.
Esta auténtica hazaña, como tantas otras, permanece desconocida por el gran público de nuestro país, y merece ser difundida y ensalzada con orgullo, no con nostalgia, sino como una promesa de futuro para nuevas gestas en la Hispanidad.
DIEGO LÓPEZ MARTÍNEZ

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