Los procesos de liberalización económica de los gobiernos de Felipe González y de José María Aznar llevaron a la extinción de nuestras empresas públicas, y la mala gestión de una necesaria integración en la entonces Comunidad económica Europea, al fin de nuestra industria pesquera, naval y productiva agropecuaria. España quedó reducida a un modelo de servicios, muy vinculado al turismo y sectores exportadores como el automovilismo, en manos de empresas extranjeras.
La epidemia del Covid 19 se ha sumado al proceso de desestabilización del independentismo catalán como causas del actual hundimiento económico. En estos momentos se recuerda cual fue el origen de las últimas empresas que luchan por sobrevivir, en un régimen de bienestar, que ve desaparecer una de sus joyas más llamativas, la sanidad pública.
La espectacular salida del subdesarrollo de España, fue realizada en los años sesenta y setenta del siglo XX, contrastaba con los países europeos que habían tenido la ayuda abundante del Plan Marshall estadounidense al final el segundo conflicto mundial. Sin embargo, si la Europa occidental recuerda la década de los sesenta por su bienestar, en España no cabe duda que se convierte en su proceso de mayor acercamiento al modo de vida occidental. En 1950, la sociedad española todavía dibujaba un esquema de país agrario meridional y atrasado con una clase alta del 0,1%, una escasa clase media del 27%, en su mayor parte propietarios agrícolas y funcionariado. En cuanto a la clase obrera, se alimentaba de una enorme reserva de peonaje agrícola que situaba a los trabajadores en el 72,9%. Sin embargo, en 1981, siguiendo los datos de los informes FOESSA, los profundos cambios del desarrollismo habían incrementado la clase alta a un 5%, pero la clase media aumentaba a un 42% y se convertía en la verdadera piedra angular del equilibrio social español. En cuanto a la clase obrera, era de un 53%, esencialmente industrial.
La España atrasada y destruida por la cruenta guerra civil, tendrá un largo proceso de desarrollo a través de la labor INI, a partir de cuya labor de crear un incipiente tejido industrial público, pudo sustentar con éxito los planes de desarrollo que se realizaron tras el Plan de Estabilización. Los Planes de Desarrollo Económico y Social que se realizaron fueron tres, aunque a nivel teórico se confeccionaron cuatro. Durante el periodo de vigencia de los tres Planes de Desarrollo, el incremento industrial demandará numerosa mano de obra que se solventó sacándola del campo, donde se impuso la necesidad de mecanizar las labores de roturación, siembra y recolección. De 1960 a 1975, la mano de obra dedicada a la agricultura, pasó de un 36,6 % a representar un 18,3 %; entretanto, la dedicada a actividades industriales, pasó de 21,2 % a 28,3 %% y en cuanto a servicios, de 29,1 % a 38,6 %. El paro se vio reducido a cien mil personas y la mujer hubo de entrar a trabajar, representando un 25 % de la mano de obra total. Una verdadera revolución social.
Entre las industrias que sirvieron de motores del proceso de desarrollo, la automovilística, la química y la naval fueron determinantes junto al turismo en lo que se denominó “milagro español”. El gobierno tecnócrata procedió a crear el marco idóneo para fomentar una estructura industrial, protagonizada por empresas españolas de iniciativa privada y extranjeras, éstas últimas necesarias para el aporte tecnológico. Los sectores como el automovilístico, el químico y el naval eran motores de creación de múltiples pequeñas y medianas empresas de complementos. Su aparición, no sólo transformó la economía, si no que a su vez exigió cambios en el sistema educativo vinculado a la formación laboral, y creación de infraestructuras de comunicación, vivienda y servicios sociales para los trabajadores y sus familias, nuevos ciudadanos de barrios de reciente construcción por la obra social sindical.
El crecimiento económico provocó una gran demanda de viviendas. Según Mario Gómez-Morán en Sociedad sin vivienda, Fundación Foessa, Madrid, 1972, entre los años 1961 y 1973, se construyeron en España 3.347.768 viviendas, sumando otras 358.460 en 1974 y añadiéndose 374.391 en 1975; en definitiva, en doce años, las cifras se elevaron a 4.080.619 viviendas
Sin embargo aquella sociedad necesitaba una sociedad de bienestar, y ésta vendría con la Ley de Bases de la Seguridad Social, de 28 de diciembre de 1963, que dará origen al sistema de la Seguridad Social, inspirada en las declaraciones III y X del Fuero de los españoles. El sistema de la Seguridad Social proporcionó una asistencia sanitaria de calidad, cuyos miembros y familiares tenían consulta, cuidado y medicamentos gratuitos. Del mismo modo, a nivel de pensiones, las de vejez, viudedad y orfandad proporcionaron una seguridad que no existía antes y que condenaba a grupos sociales en riesgo, a la miseria y la marginalidad. Con diez años de cotización mínima y 65 años cumplidos, un trabajador ya reunía las condiciones mínimas para cobrar una pensión vitalicia.
Un mundo desaparecido a favor de una sociedad que muestra su precariedad en todos sus aspectos económicos, políticos y morales.