Umberto Eco, en Apocalípticos e integrados, propone que: «La imagen es el resumen visible e indiscutible de una serie de conclusiones a las que se ha llegado a través de la elaboración cultural». Cada cultura genera formas icónicas que corresponden, en el fondo, a lógicas profundas que rigen dichas sociedades. Reflexionar sobre el arte, se nos antoja como una excusa para reflexionar sobre nuestra propia sociedad. No en vano, Thomas Mann pone en boca de uno de sus personajes las siguientes palabras: “nuestros medios artísticos se han agotado, estamos cansados de ellos y buscamos nuevas vías”. En la presente agitación del arte se trasluce algo de cansancio y agotamiento. Paradójicamente la Performance -la tendencia dominante actualmente- se nos muestra como un vitalismo incontrolado. Pero la aparente vitalidad de estas expresiones artísticas pueden ser engañosas y nos mueven a la reflexión.
En 2001, Barcelona fue anfitriona de un festival de performance autotitulado eBent´01. El acontecimiento permitió constatar, una vez más, que la performance sigue fiel a su misión: escandalizar, transgredir y sacudir a un público atónito y perplejo. Los asistentes pudieron asombrarse, por ejemplo, con la performance Blind Point 1: Silence, de Bojana Bojanovic. Esta acción o performance indagaba en la entomofobia, o el miedo a los insectos, en la claustrofobia y en la esquizofrenia, siguiendo el texto de Auto-acusación, del siempre inquietante Peter Handke. Tras un título complejo muchas veces se esconde un tipo de representaciones que el público es incapaz de comprender. Entonces se cumple aquella tesis de Ortega y Gasset sobre el arte moderno, asegurando que “es impopular por esencia”. Los organizadores, por tanto, valoran como un éxito que los espectadores salgan alterados.
Por eso, no es por casualidad que los temas o tramas del arte de “acción” recurran habitualmente a lo mórbido y repugnante como forma de agitación. Para conseguir la «re-acción» del público, algunos performancers no dudan en recurrir a espectaculares «acciones» como cortarse las venas ante el público o lanzarles restos de un banquete dionisiaco consumado ante sus narices. Otras veces, el espectador contemplará escenificaciones absurdas como la de una mujer bañando a un hombre en una tinaja llena de sangre, mientras le restriega el cuerpo con un pulpo. Este tipo de representaciones, piensan los protagonistas, deberían de mover al público a «profundas reflexiones» e incluso cambios vitales. Como rezaba el folleto del festival de Barcelona, ese encuentro pretendía ahondar -sin respuesta posible, añadimos nosotros- en las siguientes preguntas: ¿dónde están nuestras fronteras internas?; ¿cuáles son nuestros muros interiores?; ¿podemos transgredir estos límites?; ¿cómo ir más allá? Estas desoladoras preguntas corresponden a la esencia de este tipo de arte que aparece en los años 60 y que, contra todo pronóstico, ha eclosionado en las postrimerías del siglo XX.