¿Un arma adicional para el Estado de vigilancia?
por Olivier Babeau
La idea de usar el backtracking para rastrear la circulación del coronavirus y los contactos de cada uno se ha planteado como una herramienta clave para gestionar el post-confinamiento. La crisis sanitaria que estamos atravesando va a acelerar una tendencia de fondo en nuestra sociedad: la mutación del Estado del bienestar en un Estado de vigilancia.
Si la pandemia se recordará mañana, es posible que no sea por haber cambiado el mundo sino por haber acelerado su marcha. Gracias al coronavirus, nuestra progresión ineluctable hacia la sociedad panóptica de la que hablaba Michel Foucault nos llevará probablemente a cruzar a un nuevo nivel.
La amenaza terrorista ha justificado desde hace años el desarrollo de tecnologías de vigilancia, cuya amplitud ha quedado demostrada por las revelaciones de Edward Snowden. Pero sobre todo, esta tendencia corresponde a un movimiento de fondo en nuestra democracia. Avergonzado por sus fracasos económicos (desempleo masivo) y sociales (falta de movilidad social, división territorial), el Estado del bienestar ha hecho de la protección de la vida su principal promesa. La única que puede cumplir más o menos y cuyo costo es limitado. Otra ventaja decisiva: al desarrollar una red de protección cada vez más extendida, los poderes públicos justifican su existencia. Cada nueva intervención tiene una triple utilidad: se interpreta como una señal de eficacia, justifica el empleo de aquel que la concibe y exige la creación de un puesto para controlar su aplicación. La vigilancia no es, como en China, la traducción de una voluntad de conservar el poder, sino el producto natural de la actividad burocrática, ansiosa por seguir expandiéndose.
La crisis sanitaria que atravesamos acelerará la transformación del Estado de bienestar en un Estado de vigilancia. Las restricciones a nuestras libertades sólo pueden justificarse con dos condiciones: cuando se infringen las libertades de los demás y cuando no sabemos lo que es bueno para nosotros. Estas son exactamente, por desgracia, dos características del virus: podemos propagarlo sin saberlo y no ser conscientes del peligro que representa. Nuestros gobernantes no dejarán pasar esta oportunidad. Francia podría haber elegido, al igual que los países vecinos, un confinamiento haciendo un llamamiento a una mayor autodisciplina por parte de sus ciudadanos, lo que habría limitado el alcance de la depresión económica que nos espera. Para ello habría sido necesario poder equiparlos con máscaras y tests, pero también tratarlos como adultos y no como niños incapaces de discernimiento. Nuestros gobernantes han preferido su reflejo habitual: una regla única para mil situaciones. Hasta llegar a lo absurdo, como impedir a gente que vive en el campo o en las montañas caminar libremente, sin ninguna razón sanitaria.
Ayer, era en nombre de nuestra seguridad que la densa red de vigilancia de la población se desplegaba silenciosamente. Mañana, será en nombre de nuestra salud. De una forma u otra, y a pesar de las repetidas negaciones, los mecanismos de control de nuestras acciones seguirán fortaleciéndose. Tendremos que ser capaces de lidiar rápidamente con el próximo virus. El principio de precaución requerirá que un arsenal de dispositivos de rastreo de la población esté permanentemente en funcionamiento. Por desgracia, un político siempre temerá más ser acusado de no proteger lo suficiente que de quitar demasiadas libertades.
Olivier Babeau en Valeurs Actuelles, 27 de abril de 2020.
Olivier Babeu es presidente fundador del Instituto Sapiens
Fuente: barraycoa.com